martes, 29 de noviembre de 2011

El barro selectivo






                              Miradme bien ¿soy una más? No lo parezco, lo sé, pero aquí estoy,  llevando mi vida a cuestas, como todo hijo de vecino. No siempre salen las cosas como uno quiere. Los sueños de juventud se esfuman con el tiempo. Las ilusiones dejan paso a las decepciones, y al final todo pasa, todo; solamente quedas tú, como destino y como final. Las parejas dejan de serlo de repente, sin aviso previo; los hijos se van, como nos fuimos todos, y la soledad, esa que siempre te acompañó, se manifiesta de pronto como única verdad.



Ahora, aquí sentada en un rincón, veo la triste realidad. Ese tipo que está frente a mi la representa; Tiene mi edad, está rodado. Canas y arrugas le presumen madurez, las mismas que en mí denotan cansancio, y quizás descuido. Los fracasos se reflejan en sus ojos, si se sabe ver, aunque luzca una sonrisa forzada y perenne. Para la gente, es un tipo interesante, con pasado y experiencia. Yo, en cambio, soy una acabada. Cuando él habla, todos escuchan atentos esperando el chiste, la queja o la frase supuestamente sabia. Si hablo yo, las miradas me esquivan, y a lo sumo, obtengo un condescendiente gesto de amable lastima. Incluso me atrevería a decir que alguna chica le observa con interés. Los chicos, en mí, ven lo que jamás quisieran ver en sus madres.


¿Igualdad? ¡Ya! dejadme que me ría; prefiero llorar en casa. Aquí, en el mundo real, yo os la cuento. Aunque somos iguales, para la gente él es el rey del bar; servidora, una triste borracha.



jueves, 6 de octubre de 2011

Una pareja más





                “Hasta que la muerte nos separe”; me dijo, sin escucharme, sin atender mis quejas y por favores. No era una boda. No. Fue algo más. Una unión total. Un compromiso de mirada honesta y cariñosa; de autentico querer, y de valiente locura. Una solemne promesa sellada con papel de plata y heroína.


Habíamos crecido a la par. Vecinos de bloque, amigos desde niños, y después, adolescentes, llegó el resto. Mi primera novia. Mi única novia. Siempre juntos, sin secretos, confidentes y amantes a la vez. Precioso comienzo de vida, pero ésta, como todos sabéis, nunca es perfecta.


De muy chaval, lo que hace ser de barrio humilde, conocí con mis colegas ciertas cosas que maldigo el día en que me las presentaron. Las risas y juergas iniciales, pronto pasaron a ser un peligroso juego. Lo que empezó siendo esporádico, terminó en costumbre, y de ésta, en dependencia. Si, sabéis de lo que hablo ¿motivos? Y yo que sé; no los conozco, o quizás ni existen. Lo que si sé, son las consecuencias. El vacío, el día a día, el sufrir y el no dormir, el sentirte incapaz de mirar de lejos y apagarte poco a poco en tú presente.


¿Cómo iba yo a darle eso a mi novia? Mejor morir que meterla en esa mierda en la cual se había convertido mi vida en apenas dos años. Opte por dejarla, por tragar lagrimas y decirle “se acabó, ya no te quiero”, pero ella, obstinada e intuitiva, supo de mi problema, y trató de ayudarme. No pudo, claro. Nadie puede, salvo uno mismo, y yo soy débil, muy débil.


Dejé de verla. Cambié de casa y me fui del barrio, pero no sirvió de nada. Tanto me quería, Dios ¿Cómo se puede querer tanto?... siendo joven, ingenuo y bueno, claro, como ella. A los dos meses se presentó en mi nueva casa, si es que aquello se le podía llamar así. Casi muero cuando la vi. Allí estaba, bajo el dintel de la puerta, pálida como la cera, con esas tan conocidas ojeras azules y con las diminutas pupilas de yonqui que fijamente me miraban, mientras decía “ahora ya no tendrás motivo para dejarme. Soy como tú, cariño”.


Y ya veis. Pasó la vida ¿vida? No, digamos tiempo. Parece mentira, cómo cambian las cosas. Actualmente, es capaz de matarme por medio gramo.





miércoles, 13 de abril de 2011

Estertor




                    Llegado a éste punto, es sencillo. Rebosa el vaso de la angustia cuando se baja el último escalón de las desgracias. Ella te dejó. Se fue cansando de tu autodestructiva manera de encajar los problemas, y se niega a acompañarte más en tus desdichas. Ahora, sólo en tu caos, apenas ves una salida; quizás la única que existe. Un adiós a todo.


Sentado en el sofá apuras a grandes tragos una botella de ponche, entre cigarro y cigarro. De fondo, suena ese disco que tanto te recuerda a ella, que tantas veces escuchasteis juntos, tras hacer el amor. Lágrimas, nicotina y ese amargo sabor en la garganta que dejó el cóctel que acabas de tomar. Si. Dos tubos de valium deben bastar para finiquitar tu vida, y mezclados con ponche, que no es capricho, ni siquiera tu bebida favorita, más aún. El alcohol transporta veloz cualquier sustancia, y el azúcar retiene bien los líquidos. Así, el veneno no se suda. Cierto; en lo que duró ese trago reuniste todo el valor que te faltó en la vida para abrazarte antes de tiempo con la muerte. Paradójico, humano, y triste.


El tiempo, caprichoso, parece eterno cuando se sufre. Los escasos minutos que te separan de la parca se vuelven infinitos. Tus ojos se cierran de cansancio, mientras los brazos comienzan a pesar. De pronto, oyes una llave. ¿Qué ocurre? La puerta de la calle se abre y… ¡Es ella! ¡Ha vuelto!

Parada bajo el dintel, sus ojos azules se clavan en los tuyos, quieres hablarle, pero la droga te lo impide. ¿Como decirle que se apure, que te mueres, que apenas queda vida en tu cuerpo? Ahora el tiempo corre, el muy cabrón.

La ves que se adentra para coger algo de la cómoda. Es una agenda. Te la enseña sin acercarse, mientras dice, con el tono seco y la mirada dura, casi de desprecio:

- Se me había olvidado esta libreta. Adiós. Sigue con tus borracheras.

Tras el portazo, se cierran también tus pulmones y tus ojos, mientras se abre tu boca, ya muerta, sin hablar. Hasta tu último aliento ha sido una tortura. Pobre desgraciado.

martes, 22 de marzo de 2011

Cambio de vida




                                 Mario López está desubicado; torpe, incluso. Lo que puede cambiar la vida de un hombre en tan poco tiempo, con tan solo una noticia inesperada

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 Ahora, tras muchos años a la carrera, los días parecen detenerse y se pausan. Descubre, con agradable sorpresa, que su hijo es algo más que una obligación a la que vestir, llevar al colegio y acostar con el latido de un reloj. No; también  piensa, siente y necesita. Charlar con un niño es agradable, siempre se aprende, y por encima de todo, une.

Esa paciencia que jamás pudo tener, comienza a gustarle, ahora que el tiempo se limita  a la luz del sol, y las horas solo las marcan la comida y el cansancio.

Volver a disfrutar de esos placeres cotidianos, como levantarse al olor del café recién hecho y pan tostado. Leer la prensa en el desayuno para después organizar el día en función de aquellas viejas aficiones aparcadas tanto trecho. Escuchar, que no oír, música, mientras dibuja o escribe alguna cosa. Preparar la comida a la par que se toma un aperitivo de vermú y aceituna, y sorprender a su mujer, que de vuelta del trabajo, alaba la deliciosa tortilla bien mimada en la sartén a fuego lento.


Tras la siesta, un paseo con su esposa por el bulevar, gozando del roce de su mano y el andar medido. Ya en la terraza, charlando con un café, observar de nuevo el color y brillo de sus ojos, y, ¿Por qué no? Volver a enamorarse.


Solo una ansiedad carcome el bienestar de su calma. Tiene que encontrar trabajo, antes de agotar el finiquito. Y es que el tiempo no tiene precio, pero es tan caro…

martes, 1 de marzo de 2011

Volver a empezar






                                 El pequeño Jose se columpia, desganado, con la mirada triste y perdida en algún lugar de su recuerdo; esa mirada que le queda a un niño de ocho años que ha perdido a su madre hace apenas un mes, en un trágico accidente. Frente a él, sentados en un banco del parque, conversan en voz baja su padre biológico y su padrastro.


- ¿Cómo lo vas llevando, Jaime?


- Supongo que aún no lo se. Estoy vacío, no se explicarte.


- ¿Jode perderla, verdad? Yo ya pase por eso, acuérdate.


- No es el momento de ser sarcástico, Luís. No tiene gracia.


- Perdona. Es cierto, ha sido un comentario de mal gusto; creo que yo tampoco he superado ciertas cosas, ni confío en hacerlo ya. Pero lo que importa ahora es él.


Los dos hombres miran al niño. El los quiere a ambos, pero algo no encaja en su puzzle emocional. La custodia legal pertenece ahora a su padre, al que adora, pero extraña a Javier y le reclama a todas horas. Han vivido juntos muchos años, y él es un hombre bueno y cariñoso. Además, la ausencia de su madre necesita de un refuerzo afectivo que no encuentra. Sus padres lo saben. En parte por eso están hablando, intentando dejar a un lado diferencias.


- No se que decirte, Luís. Tienes razón, para bien o para mal nosotros ya estamos criados, y el tiempo dirá, pero el chico no, y lo quiero como a un hijo, tú lo sabes.


- De eso no tengo duda, Jaime; como tampoco la tengo de lo que él te ama. Lo conozco bien, y aunque está bien conmigo, se que te busca, y yo eso no se lo puedo dar. No soy tú, y no puedo llenar tú hueco.


- Comprendo, pero de estar conmigo le pasaría lo mismo, solo que a la inversa.

Luís duda por un momento antes de responder; cuando continua, lo hace con cierta vergüenza mal disimulada, levantando un poco el tono y quebrándosele la voz.

- Mira, he estado pensando que, quizás, de tenernos a los dos, esa misma alegría de ver como nos unimos para atenderle, podría ayudarle a superar lo de su madre. No se, es una idea.

- ¿Que insinúas?- dice Jaime, sorprendido.

- Que mi casa es grande, y cabemos todos.

Jaime le observa, atónito, pero no dice nada. Sabe, en su sorpresa, que la propuesta no es tan descabellada. Luís continúa.

- Incluso a ti no te vendría mal un poco de compañía por una temporada. Después ya se vera ¿No?

Los dos se miran fijamente. Hay un silencio hondo, casi místico. Después observan al chico. Luís se levanta.
- Anda, vamos a tomarnos una caña. ¡Josito! vámonos.

 Según caminan calle arriba, Jaime enciende un cigarrillo. Con media sonrisa en la boca y las manos en los bolsillos de su zamarra, pregunta.

- Oye, Luís ¿te acuerdas de la frase final de “Casablanca”?

- Eh…si ¿Por?

- Pues eso.




martes, 22 de febrero de 2011

Marta y su mirada




                   - “…Según te veo, así, a media distancia, me derrito. Como quisiera saber que esconde tu boca, detrás de esas palabras que no escucho. Te busco los ojos, y apenas se cruzan con los míos, los distraes en otra cosa ¿será timidez o rechazo? Yo sigo, resbalando mi mirada por tu cuello, blanco y liso, que con la aparente inocencia de un cuchillo, me obliga a bucear imaginario por debajo de tu blusa…ah, entonces descubro a la mujer. Mis pensamientos se convierten en deseos y me pierdo en el placer que no consigo, es decir, pasión.

Como quisiera atreverme a dar el paso, cruzar esa línea imaginaria que mi moral y mi vergüenza, incómodamente realista, marca. La edad. Esos quince años que nos deben separar me frenan, como frenan mis sueños y mi hombría. Se que no me atreveré, o si, no se, quizás si tu mirada me invitase…”


Los ojos de la señorita Marta miran fijamente al muchacho, cuando le habla;


- Raúl…por favor, atiende lo que estoy explicando, que siempre estas en las nubes, hombre, y mañana hay examen, no te olvides.


miércoles, 16 de febrero de 2011

El cigarro y el mar


                          


                                Algo había en ese hombre que reclamaba mi atención, por encima de su más que pintoresca apariencia. Cada mañana coincidíamos en el paseo marítimo de esa pequeña ciudad gallega.

                                     Me gusta fumar mirando al mar; casi diría que más que gustarme, lo necesito.
Es un cúmulo de sensaciones que me relajan y en las cuales, quizás, alcanzo mi ohm.
Ese olor a vida, el sonido melódico del oleaje, la visión de ésa línea infinita que separa cielo y océano, me hacen sentir muy dentro del sueño, pensar en profundo; respirar futuros y espirar pasados.


                      Él también estaba allí bien pronto, con los ojos besando el horizonte y fumando, como yo. Nos conocíamos de vista, aunque nunca habíamos hablado. Su concentración, casi mística, marcaba la barrera. Rostro curtido, pelo blanco, casi de plata, y barba espesa. No podía negar que había navegado a menudo. Tenía esa piel de marino, tan peculiar, dura y suave a la vez, y del color del tabaco rubio que fumaba.


Antes de acudir a mi metódica y silenciosa meditación marina, tenía por costumbre tomarme un café, pues no soy persona sin él a esas horas. Aquel día, mi bar habitual había cerrado, con lo que entre en el local vecino. Allí estaba mi compañero de mirada y humo, tomándose un orujo.


- Buenos días. Póngame un café solo,y sírvale otra copa al caballero, por favor.


El hombre agradeció con un gesto. De un trago terminó la nueva copa, inclinándose hacia atrás para beberla, como quien tiene prisa, y al unísono acabé mi café, con lo que salimos juntos.

Me gustaba ése tipo. Solo hablaba si era necesario, y en ese momento nada había que decir. Ambos sabíamos sobradamente donde íbamos, y a qué, con lo que caminamos calle abajo juntos, en silencio.
Al llegar al puerto, nos acomodamos en la barandilla, y aunque respeté cierta distancia, me mantuve un poco más cercano a él que lo habitual.


- Ama usted el mar, ¿verdad? - me aventure a decir.


Él, sin mover los ojos, casi sin pestañear, me respondió con la firmeza que solo un hombre seguro de lo que dice posee.


- No.Lo odio con toda mi alma


Dicho esto, procedió a efectuar esa manía que tanta curiosidad había despertado en mi, hacia tiempo. Saco dos cigarrillos, y como siempre, primero encendió uno, que arrojo al mar, para seguidamente prender el otro y fumarlo, tranquilo y pensativo.

- ¿Tanto odia usted el mar que lo invita a fumar para que muera antes? - Pregunte, irónico.

Fue entonces cuando me miró, lento y profundo, como su voz.

- No es para el mar, amigo, es para mi hijo. El mar me lo arrebató cuando faenaba en su barca, y no me lo ha devuelto. Por eso vengo todos los días, desde hace años, a fumar con él…

Sus ojos se llenaron de brillo; los míos, de vergüenza. Y así, terminamos de fumar, en silencio. Después nos fuimos juntos, a brindar con un vino por su chico, y por su lecho.





sábado, 12 de febrero de 2011

El viaje de Maria



                           Ojos de plata y piel de arena. La mestiza Maria suspira aliviada, mientras toma asiento en el avión. Lo ha conseguido, en principio. Las autoridades aduaneras no se percataron del pasaporte falso, y salió ya de Colombia como española, aunque es de Medellín. Por sus rasgos morenos y su cuerpo menudo, parece andaluza; con el pelo negro, de caracolas, recogido en un hermoso moño.



             En su vientre abultado viaja la esperanza; ella lo acaricia cuidadosa, mientras mira por la ventana a su pasado. Se despide de su tierra, del hambre, de las guerrillas y los secuestros; del infierno de un país con múltiples guerras encubiertas.


Los amigos que le prepararon el viaje le dijeron;


- “Paisa”, con este pasaje va usted a Madrid…o al cielo. Suerte.


                  Si, Madrid, Europa; esperanza y paz. Allí la esperan más amigos y su esposo, para empezar de nuevo a vivir. Tan sólo falta entrar.


                 Aunque Maria no ha volado nunca, va tranquila. Los ojos cerrados, sin dormir, pero soñando. Quizás sea ésta la primera vez en su vida que piensa en el futuro, y no en el presente; Atrás queda la agobiante vida del día a día.

                 De pronto, una turbulencia de varios metros de caída la sobresalta. Nota un asfixiante nudo en el estomago, y cómo el corazón que se agita. Ha sido un minuto, no pasa nada. El avión continúa su vuelo normalmente, y Maria cierra de nuevo los ojos.


                 El tiempo transcurre placido, viaje tranquilo; pocas veces estuvo tan relajada en su vida, quizás de niña, no se acuerda. Maria quiere abrir sus ojos de nuevo, pero no puede… ¿Qué ocurre?; no tiene fuerzas. Intenta hablar, pero de su carnosa boca solamente sale un hilo de sangre, que se hace mayor y no para de fluir. Un intenso dolor le recorre todo el cuerpo, mientras se ahoga lentamente, sin poder gritar. Nadie se entera.


                  Al aterrizar, Maria esta muerta. Uno de los paquetes mal cerrado reventó en su vientre durante la turbulencia. Medio kilo de cocaína pura la destrozo por dentro. Con su corazón, paro el dolor, la esperanza, y el futuro.


Sus amigos se lo dijeron; o Madrid, o cielo. Tocó cielo, en la triste lotería del destino.



miércoles, 9 de febrero de 2011

Nunca llueve al gusto de todos




              Mientras en el frívolo occidente las organizaciones defensoras de animales celebran la prohibición del uso de coballas de laboratorio, en un lugar mucho más remoto, cientos de personas recién vacunadas con un nuevo fármaco aún no probado sufren terribles consecuencias.Se ve que no era el adecuado.

              Los familiares y afectados lloran y se quejan, claro; en ésos países tercermundistas no comprenden el significado del equilibrio biológico y medioambiental. El egoísmo humano, que no conoce limites.



sábado, 5 de febrero de 2011

Sin venganza

                           




                            Ah, Sicilia... Bellíssima; Buena mesa, mejor vino, y ese clima tan propicio para el amor. Durante unas vacaciones en la isla se conocieron, y pronto se enamoraron. En sus playas blancas; en sus agrestes bosques, Francesca y Luca se casaron, decididos a quedarse a vivir en ese rincón del paraíso mediterráneo. Él, camarero desde chico, resolvió invertir todos sus ahorros abriendo un café en el centro de Palermo. A quienes le advirtieron sobre la “cosa nostra” les decía - muchas películas, veis vosotros -

 Ay, Luca. Pobre ingenuo; como la ilusión y los sueños, inocente.

Pronto recibió la visita de un mensajero de los Calessi, la familia que “protegía” la zona de su bar. Llegó a un acuerdo forzoso con el cobrador, que era el menor de los hijos de Mateo Calessi, el capo del clan. Una vez por semana, como un reloj, pasaba a por la minuta, haciendo casi imposible que el negocio prosperase.
Con el paso del tiempo, Francesca se fue cansando. Cuando falta el dinero, el amor cojea, y el humano siempre necesita un culpable a sus problemas; en este caso le tocó a Luca. Después de acusarlo de cobarde, le abandonó;


 - Sono stanca. Ritorno a Roma. …ciao, caro Luca.

 Poco sabía la mujer que el único temor de su marido era que a ella le ocurriese algo; desde el principio sus vecinos le advertían; “Si no quieres enviudar, paga, amigo, paga…”
Así, tras perder a su esposa, sin nada que proteger, el miedo dejo paso a la rabia y al orgullo herido, y dejó de pagar.

Una noche el local fue pasto de las llamas. Incendio provocado, sin duda; ruina total. Luca llamó al cobrador, con la excusa de hacer las paces y pedir un préstamo para rehacer el negocio. Después recortó tranquilamente el cañón de su vieja escopeta de caza; así es más difícil fallar el disparo, además, el fogonazo sale en abanico, fulminando lo que encuentra. Cuando apareció el menor de los Calessi por la puerta, vio el cañón, después el cielo (son muy religiosos, en la mafia…). Los carabineri tuvieron que reconocerle de cuello para abajo, pues de la cabeza tan solo quedaron algunos dientes incrustados en la pared.


Dolor, odio y lágrimas en el funeral. Venganza. El honor se lava con sangre, en la isla.
Cuando los matones llegaron a la casa de Luca lo encontraron, pero colgando de una soga; frío, muerto y con una irónica sonrisa en el rostro. En la mesa, un papel, que decía:


“¿Vendetta? ¡Ja…vaffanculo, Don Mateo!”

Fue la primera vez que un Calessi murió sin ser vengado.



viernes, 28 de enero de 2011

El cigarro



          - “ El primer cigarrillo del día tiene alma, o la despierta, no se. Al exhalar el humo de la profunda calada inicial del encendido, suelto también, o esa es mi impresión, los problemas hecho nudos que asfixian cuando aún no se está del todo lucido.

Si, la nicotina, con el ansia, viaja rápido al cerebro, y este relaja las neuronas, alocadas después de sufrir mis eternas pesadillas.

El agobio, esa espantosa sensación de impotencia ante la adversidad, precisa de una droga como antídoto, y solo me quedas tú, compañero de mi vida.

Tabaco, a nada más puedo recurrir actualmente. En éste instante, el placer lo cuento por caladas. Ya sin amor, sin barra, sin amigos ni ilusiones, castrado de sueños, prohibido de excesos y de vicios, te fumo, paz y deleite.

Observo tu llama, y lo que queda de ti. Nunca hasta ahora había pensado en lo que duras en el tiempo, ese horroroso invento humano. A veces, un minuto despistado, otras, como ésta, milagrosamente eterno. Hasta una vida entera puede recordarse en tu consumo, o quizás, esos breves momentos de ésta que nos han llenado. Lo importante, o lo único, de nuestra estupida existencia.”



- Vamos, amigo, ya es la hora.


             El condenado mira tranquilamente al carcelero. Ha dejado de sudar, y lentamente apaga la colilla, mientras observa el letrero del paquete que dice “Fumar puede matar”. Sonriente, se levanta, para dirigirse con los guardias al corredor que conduce al patíbulo.



martes, 18 de enero de 2011

Placer cronometrado

               





               La puerta se cierra tras la espalda del muchacho. Atrás queda el mundo rutinario y sus ruidos. De frente, la mirada acogedora de su novia, que sentada al borde de la cama, luce esa sonrisa de paz, de sueño, de deseo. Solos por fin, en esa habitación, podrán desafiar al tiempo y detenerlo; el momento es excitante, como lo es el cuerpo de la chica y su voz, cuando saluda:



 – Juanma, vida mía…que guapo estás.


El joven tan solo acierta a besarla, lenta y profundamente. Saborea esos labios con los que todas las noches sueña, mientras su mano, instintivamente, se sumerge en el cabello de la chica.

Un mes sin verse, pensando en este instante, planeando hasta la ultima palabra que decirle, hasta el mínimo gesto; ahora, todo se olvida, es el corazón el que dirige, la inercia la que manda, y toda la paciencia contenida en treinta días explota en sudor y nervio. Amor, deseo, quizás vida.


Las manos temblorosas del chico buscan bajo la ropa de su novia esa piel de veinte años, los botones interiores de su cuerpo, las humedades femeninas que le aguardan y prometen el placer, tantas veces recordado.


La boca de la joven comienza a explorar el cuerpo de su novio, músculo a músculo, poro a poro. El tiempo no se detiene; se acelera. La pasión ilumina los dos cuerpos, pero algo no responde. Ella se da cuenta y precipita sus intentos; el chico se sonroja y disimula con la lengua el imprevisto de su hombría. Duro golpe, fallar con veinte años.


 El ego es el que sufre, más que el cuerpo. La vanidad femenina comienza y acaba en los márgenes de un espejo; se conocen, se admiten, y como mucho, se retocan. La del hombre no, es infinita e ignorante.


Los nervios tienen doble filo en estos casos, y el deseo aboca en decepción cuando se insiste en lo imposible. Desilusión, fraude y ese consuelo femenino y maternal que tanto duele.


La llamada a la puerta termina la tortura. Fin del vis a vis. De nuevo a los barrotes, de nuevo a soñar con ese cuerpo, otro mes. Un plazo más en la mente del muchacho, una obsesión camino del complejo. El amor es secundario cuando prima la autoestima.







 

jueves, 13 de enero de 2011

El Willy




Allí estaba en la barra, con su cerveza y tranquilo. Debía quedarle algo de metadona en la sangre, todavía.


El Willy había sido, en sus tiempos, un chungo; de los de antes. Ahora, con sus cuarenta otoños, parecía su propia radiografía. Cuatro años de trullo, mucha vena, y además, “el bicho”. O sea, acabado, o casi, que con los yonkis nunca se sabe.


En fin, parecía una noche más. Partida de mus, poca gente, y el willy a su rollo, con su gorra, su chándal, y su pasado.

Todas las noches son tranquilas hasta que dejan de serlo, y aquella no iba a ser una excepción, tenia componentes.

Lo malo que tiene la paz es que es efímera, y se suele difuminar con el silencio, que en este caso fue roto por tres tipos que, a voces, entraron en el bar.

Mira que había barra, pues nada, siguiendo la ilógica estupidez humana de arrimarse, se acoplaron a pocos pasos del invisible Willy.

Eran tres personajes perfectamente reconocibles en la actual fauna varonil. Estos pretendidos guapos de ahora, que inflan sus músculos con cuatro horas de gimnasio diarias, llevan patilla en pico, manga corta hasta en invierno, y hablan a voces para hacerse notar. El nivel intelectual, lógicamente, pasa a segundo o tercer lugar, es decir, gañancetes en directa línea paterna.

Lo curioso de estos simples, y lo que nos lleva al caso, es que de noche suelen lucirse de duros, de malotes. Todo un despropósito.

Quizás por ello, al Willy, que si lo era sin pretenderlo, le salto el automático, a la cuarta o quinta vez que le gritaron en la oreja.



-  Oye, tío… ¿puedes hablar mas bajito...tronco?  (Imaginaos acento yonki cerrado…)

El mazas aludido no daba crédito, mientras, mitad sorprendido, mitad despreciativo, contestaba, muy chulo él;


- ¿Como que tronco…? yo no soy tu tronco ¿vale?, y si tienes algún problema, pues te piras…

Risotadas cómplices, etc.

El Willy, sin perderlo de vista, pidió otra botella de cerveza (la que tenia estaba a medias, y pesaba poco), era listo como una rata, y estaba herido en su orgullo callejero, el único que tenia.

En diez segundos, y exagero, ocurrió lo que ahora cuento.

 Agarro la birra por el cuello, la rompió en la cabeza del gorila, que calló, con la frente abierta y sangrando aparatosamente, de rodillas en el suelo. Cuando sus colegas quisieron reaccionar, uno ya tenia, a dos centímetros de su gaznate, lo que quedaba de botella, sujeta por la mano milagrosamente firme del Willy, que ahora si gritaba;


- ¿Alguno mas quiere pillar?..¿Eh?... ¡hijos de puta!

No. No querían pillar, evidentemente. Estaban blancos, y temblando. El Willy, después de escupir, se perdió en la noche, de la que siempre formó parte, con su orgullo intacto, y además, sin pagar. El que tuvo, retuvo, dicen.

Nosotros, que ya presentíamos como iba a terminar la fiesta, nos limitamos a llamar a un Samur (sin mucha prisa, que tampoco era un parto), y a continuar la partida.

Entre la mezcla de sangre y cristales rotos, surgió una irónica sonrisa. Era la mía.


domingo, 9 de enero de 2011

Voyeur





“Quizás sea este momento de los más entrañables que recuerdo. Tan bien os conozco, después de tanto tiempo, que os quiero. El roce hace el cariño, dicen. Habéis vivido ante mí momentos de inocencia encantadora, de pasión, de goce memorable, de alegría y de nostalgia. También de discusión acalorada, de furia, de celos inevitables, de ansiedad, pero siempre, en lo más profundo, vuestro particular muestrario de sentimientos humanos ha tenido un factor común. El amor. Intemporal y eterno, doy fe.


No solo radica vuestro encanto en la fidelidad que siempre habéis tenido el uno para el otro, casi de otro mundo, si no también con esos lugares que escogisteis para ser cómplices de vuestras vidas, y que, insustituibles,  forman parte de vosotros, leales y constantes. Sitios como este, donde, año tras año, día tras día a veces, nos encontramos, sin que falte jamás vuestra visita.


Por eso, permitidme decir que me siento parte de vosotros, de esa hermosa pareja que formáis, tan unida que parece un solo ser, y orgulloso me integro en esta esencia, testigo mudo como he sido desde el principio, confidente y fiel amigo.

Ahora, que lucís el cabello plateado, venís a descansar y a recordar aquellos tiempos, que fueron todos y están aquí, guardados para siempre.

Con vuestros nombres tatuados en mi piel, os doy cobijo y sombra, hasta el fin, y desde siempre.”



El antiguo roble parece inclinarse sobre los ancianos, que apacibles, observan la luz de la mañana.





viernes, 7 de enero de 2011

Confesión en negro




- Esto no servirá de nada, padre, se lo digo yo.


El cura sonríe con gesto bondadoso al forastero. A duras penas a conseguido llevarle hasta la iglesia, en un intento de confesarle. El aspecto duro de aquel hombre insinúa un oscuro pasado, y el sacerdote, entrado ya en años y con trecho recorrido, se ha propuesto salvar su alma.


El tipo mantiene su gesto indiferente mientras ambos caminan al confesionario. Tiene ese andar rígido que produce el vivir en tensión continua. Aunque no muy convencido aún, sigue al cura.
Sentado ya en el banco, escucha al Padre, a través del enrejado.



- Bueno, hijo mío. Puedes hablar sin miedo. Nada de lo que has de contarme saldrá de aquí. Esta es la casa del Señor, y solo Él ha de juzgarte. Desahoga tu alma y cuenta tus pecados y remordimientos. No lo has de lamentar.



- Puede que sea usted quien lo lamente… En fin, pater, por su insistencia estoy aquí, y en parte también por cierta necesidad de hablar con alguien, aunque no estoy muy convencido de mi arrepentimiento.

Vera usted. Puede que ya se huela algo, por mi carácter huidizo y mi aspecto sombrío. Soy un asesino, padre.- El hombre duda un segundo, antes de continuar. Tras la celosía, el sacerdote guarda silencio. Esto anima al enigmatico individuo a continuar su testimonio, más tranquilo ya, casi como hablando para si.


- Cierto. Mi oficio es matar, y soy perfecto e impecable cuando lo hago. Pero hay algo más, que se sale de mi profesión, y es que me gusta. Creo que disfruto cuando lo hago, aunque no lo demuestre. No sabría decirle una cifra de crímenes, pero créame, son muchos, demasiados para obtener el perdón divino, con el que ni cuento, por que además, le repito, no siento pena. Tan solo mi primera vez, que recuerdo levemente, me tuvo sin dormir un par de noches. Pero al venir la segunda, y luego la tercera, uno se olvida. Supongo que es como follar, Padre. Hubo una vez en la que sí perdone a mi victima, pero fue por maldad. Aquel tipo me suplicaba que lo matase y lo deje vivo, aunque maltrecho, eso si.

Se preguntará que hago aquí, en esta pequeña ciudad. Pues mi trabajo, amigo. Después de hablar con usted me iré. Vine a matar al hijo de Don Eulalio Gómez, que andaba metido en trapicheos, y ya esta finito, con un par de plomazos.


Silencio. El cura no habla. Algo metálico suena.


- Comprenderá, padre, que después de contarle esto no me siento seguro yéndome así, sin más. No es nada personal. Entiéndame.



Un estallido rompe el  sagrado y particular silencio de la capilla. Por las cortinas del confesionario el cadáver del hombre cae al suelo, con un agujero en la cara, ennegrecida y desfigurada.

Mientras la sangre se desliza lenta por el mármol, suena el teclado de un móvil.



- Don Eulalio. Si, soy yo. Su hijo esta vengado. Fue este tipo. Costó que confesase, pero al final cayo en la trampa…de nada, don Eulalio. Vuelva a llamarme cuando lo precise. Un saludo.


El falso cura se quita la sotana, la extiende sobre el cadáver y, tras comulgarse, se marcha, murmurando entre dientes

- Que disfruta matando… ¡idiota! Una cosa es el trabajo, y otra el placer. Hay que joderse.




martes, 4 de enero de 2011

Muerte digna

         


           

           


            Sabiendo lo difícil y poco rentable que seria erradicar el hambre en el mundo, las autoridades, siempre protectoras de su pueblo, decidieron permitir la eutanasia en casos extremos de pobreza.









domingo, 2 de enero de 2011

Consuelo



Siempre me ha gustado ver llover tras la ventana. El frágil cristal representa en ese momento la firme y acogedora protección de un techo.


Al ver caer el agua, al oír su rítmico golpear, me asalta siempre el mismo deseo. Que caiga más fuerte, que sea mas intenso el aguacero. Es, quizás, el placer de la seguridad.

Es inevitable también, en ese momento de poesía cotidiana, que el pensamiento se desvíe durante un buen rato a quien no tiene otra que estar afuera, sufriendo la inclemencia, sin donde guarecerse. Siempre me quedo con la duda si nuestro recuerdo a los mas desfavorecidos es, en estas circunstancias, solidario o sádico.



- Nene, cierra ya esa ventana, anda, que entra mucho frío.


- ¡Uy!, perdona cari…listo. Perdona, ya sabes que me encanta este fresquito.


- ¿Fresquito…? Pero si esto es una nevera, Paco, por Dios. Si al menos tuviésemos calefacción.


- Bueno, mujer. Hay gente que esta peor, que ni siquiera tienen donde cubrirse con la que esta cayendo ahora. Eso si que es triste. Mira esos dos yonkis de ahí, intentando protegerse en ese soportal…


-Ay, Paco- Dice la mujer, mientras se acurruca en su manta- Siempre mirando hacia abajo. También hay muchos que están mejor, nene. ¿Por qué no lo ves así, eh?


- ¿Y que soluciono yo con eso? Nada. Hay que ser positivo, y tomar las cosas como vienen. Algo es algo. ¿Quien iba a pensar que perderíamos el trabajo a la vez, Laura? Mala suerte.


- Lo que tu digas, Paco, di que si. Anda, échate aquí conmigo. A ver si entramos en calor y podemos dormir un poco. Mañana espera un día duro.


- Pues si, cari. Mira, he pensado que al mediodía te acerques tú sola a cáritas, a ver si te pueden dar comida para los dos. Yo intentare sacar alguna moneda en el metro, o por ahí. A ver si podemos echarle algo de gasolina a este trasto. Puede que le funcione la calefacción. ¿Te imaginas?


La pareja se abraza en la trasera del coche, mientras los cristales se van empañando tímidamente con su aliento. Afuera no para de llover.